Cuando contemplamos el ejemplo del peregrino de la Edad Media, observamos un ritual tan bello que necesitamos hacerlo parte de nuestra preparación. El peregrino medieval, al salir, pasaba por un ritual de despedida. El hombre que salía en peregrinación debería “morir” en el camino y el que volvía al hogar era un hombre completamente nuevo. Siendo así, Peregrino muere un poco para el mundo cuando sale al camino, porque sus objetivos toman una forma que lo lleva para otra patria. Aunque la motivación pueda ser personal, individual y única, ella se realiza en comunidad, donde los lasos de fraternidad son estrechados. Como peregrinos, somos, se cierta forma, expatriados, porque dejamos la seguridad de nuestra patria para embarcar en una nueva aventura de fe. Solo así comprenderemos la dimensión de aquella expresión que es la identidad del cristiano: “Soy un extranjero aquí”.
La peregrinación contemplaba dos puntos bien sencillos: el camino y el destino. No era el destino el motivo de conversión del peregrino, sino el camino que este recorría. Pasaban meses caminando y cuando llegaban al destino – podía ser Jerusalén, Roma o Santiago de Compostela – permanecían ahí por unos días y volvían.
Cada día, cada hora, cada paso acerca al peregrino a su destino, pues cada día ese deseo es renovado. La peregrinación cristiana se vuelve importante no por el lugar al cual se peregrina, sino lo que realmente importa es para quien se peregrina. En esta Jornada Mundial de la Juventud Rio 2013, no estaremos en una simple peregrinación a Brasil o Rio de janeiro, sino que estaremos en busca del Cristo que Vive y Reina. Estamos en busca de una experiencia de fe que posibilite, a través del hecho de peregrinar, una realidad transcendente. Un encuentro real y transformador con toda la Iglesia, en la persona del Santo Padre.
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