Creer en la resurrección de Jesús, para el cristiano, es la condición de su existencia: somos cristianos porque creemos que Jesús está vivo
Creer en la resurrección de Jesús, para el cristiano, es la condición de su existencia: somos cristianos porque creemos que Jesús está vivo, triunfó de la muerte y es, para todos los hombres, el único mediador entre Dios y el hombre. De esa mediación participa de algún modo todo (el universo y cuanto contiene) y todos aquellos (desde los más sabios a los más humildes) que, con su palabra o su vida, proclaman el poder y la misericordia de Dios.
1. La fe en la resurrección de Jesucristo, que no tiene nada que ver son la simple reanimación de un cadáver, es el fundamento del mensaje cristiano. La fe cristiana estaría muerta sin esta verdad.
La fe en la resurrección de Jesús es algo tan esencial para el cristiano que san Pablo llega a escribir: “Si Cristo no resucitó, nuestra predicación está vacía, y vacía también vuestra fe” (1Cor 15, 14).
La resurrección de Cristo no es el mero milagro de un cadáver reanimado. No es el mismo acontecimiento que sucedió con otros personajes bíblicos como la hija de Jairo (cf. Mc 5, 22-24) o Lázaro (cf. Jo 11, 1-44), que fueron devueltos a la vida por Jesús pero que más tarde, en otro momento, volverían a morir físicamente.
La resurrección de Jesús “fue el cambio a un tipo de vida totalmente nuevo, a una vida ya no más sujeta a la ley del morir y del transformarse, sino situada más allá de esto: una vida que inaugura una nueva dimensión del ser hombre”, explica el Papa Benedicto XVI en el segundo volumen de su libro “Jesús de Nazaret”.
Jesús resucitado no volvió a la vida normal que tenía en este mundo. Esto fue lo que sucedió con Lázaro y otros muertos resucitados por Él. Jesús “se fue a una vida diversa, nueva: se fue hacia la inmensidad de Dios, y es a partir de ella que Él se manifiesta a los suyos”, prosigue el Papa.
La resurrección de Cristo es un acontecimiento dentro de la historia que, al mismo tiempo, rompe el ámbito de la historia y la sobrepasa. Benedicto XVI la explica con una analogía. “Si se nos permite por una vez usar el lenguaje de la teoría de la evolución”, la resurrección de Jesús es “la mayor ‘mutación’, en absoluto, el salto más decisivo hacia una dimensión totalmente nueva, como nunca se había producido en la larga historia de la vida y de sus avances: un salto hacia un orden completamente nuevo, que tiene que ver con nosotros y que habla respecto a toda la historia” (homilía de la Vigilia Pascual de 2006).
Por tanto, la resurrección de Cristo no se reduce a la revitalización de un individuo cualquiera. Con ella se inauguró una dimensión que afecta a todos los seres humanos, una dimensión que creó para los hombres una nueva forma de vida, estar con Dios”, explica el Papa en el libro “Jesús de Nazaret”.
Referencias
– Joseph Ratzinger-Benedicto XVI: “Jesús de Nazaret - Da entrada de Jerusalém até a Ressurreição”. São Paulo, Planeta, 2011.
– Benedicto XVI: homilía de la Vigilia Pascual de 2006 (http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/homilies/2006/documents/hf_ben-xvi_hom_20060415_veglia-pasquale_po.html)
2. Los relatos evangélicos, en su diversidad de formas y contenidos, convergen todos en la convicción a la que llegaron los primeros seguidores de Jesús, de que su acción salvadora cumplía la promesa de Dios hecha desde el origen de la humanidad, de salvar al hombre de la muerte.
El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento que tiene manifestaciones históricamente constatadas, como atestigua el Nuevo Testamento. Al mismo tiempo, es un acontecimiento misteriosamente trascendente, en cuanto que entrada de la humanidad de Cristo en la gloria de Dios (cf. CIC, 639 e 656).
Dos señales de la resurrección son reconocidas como esenciales por la fe de la Iglesia católica. La primera es el testimonio de las personas que se encontraron con Cristo resucitado. Estos testigos de la resurrección de Cristo son, ante todo, Pedro y los Doce apóstoles, pero no solamente ellos. San Pablo habla claramente de más de quinientas personas a las que Jesús se apareció de una sola vez, además de Santiago y de todos los apóstoles (cf. CIC, 642; 1 Cor 15, 4-8).
La segunda señal es la tumba vacía. Significa que la ausencia del cuerpo de Jesús no podría ser obra humana. El sepulcro vacío y los paños de lino en el suelo significan por sí mismos que el cuerpo de Cristo escapó de las cadenas de la muerte y de la corrupción, por el poder de Dios.
El teólogo Francisco Catão, doctor en Teología por la Universidad de Estrasburgo y profesor del Centro Universitario Salesiano de São Paulo, explica que las señales del sepulcro vacío y de las apariciones de Jesús resucitado fueron válidos para los apóstoles y los primeros seguidores de Jesús.
“No hay porque, racionalmente, dudar. Seria levantar la sospecha de inautenticidad histórica de todo el Nuevo Testamento, de lo que hoy, después de los choques de la exégesis liberal y de la ciencia mal informada, ningún autor serio científicamente acredita”.
“El Nuevo Testamento relata la muerte de Jesús y sus primeros seguidores, interpretando las señales de la tumba vacía y de las apariciones. Hecho que afirmaron solemnemente, con base en las Escrituras. Animados por el Espíritu Santo, dieron el testimonio de su vida por la fe en Jesús, vivo junto a Dios, como lo sabemos desde los Hechos de los Apóstoles”, afirma el teólogo.
Referencias:
– CIC (Catecismo da Igreja Católica) http://www.vatican.va/archive/cathechism_po/index_new/indice_po.html.
3. El ser humano siente su propia finitud, pero anhela la eternidad. En este sentido, la resurrección es la fuerza del amor de Dios que vence a la muerte. No es un acto cerrado en sí, que pertenece sólo a la divinidad de Cristo, sino que es el principio y la fuente de nuestra propia resurrección futura.
Sólo existe “uno” que nos puede amparar, “el que es, es que no pasa ni cambia, el que permanece en medio de cambios y transformaciones, el Dios vivo, el que no sólo mantiene la sombra y el eco de mi ser, aquel cuya idea no es simplemente pura reproducción de la realidad” (Joseph Ratzinger, “Introducción al Cristianismo”).
En este sentido, la resurrección “es la fuerza mayor del amor frente a la muerte. Ella prueba, al mismo tiempo, que la inmortalidad sólo puede ser fruto del existir en el otro que continua de pie incluso cuando yo he caído” (idem).
Los relatos de la resurrección de Jesús atestiguan un hecho nuevo, que no brotó simplemente del corazón de los discípulos. Se trata de un hecho que llegó a ellos desde fuera, se apoderó de ellos contra sus dudas y les hizo tener la certeza de que Jesús realmente resucitó.
“Aquel que estaba en la tumba ya no está allí, sino que vive – y es realmente él mismo. El que pasó al otro mundo de Dios se mostró suficientemente poderoso para mostrarles de forma palpable que era él mismo el que se encontraba ante ellos, que en él el poder del amor se había revelado realmente más fuerte que el poder de la muerte” (idem).
La resurrección de Jesucristo constituye la corroboración de todo lo que el propio Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, también las más inaccesibles al espíritu humano, encuentran su confirmación si, al resucitar, Cristo dio la prueba definitiva, que había prometido, de su autoridad divina (CIC, 651).
Ningún hombre puede resucitar a un muerto. Por tanto, si Jesús, como hombre, resucitó, esto es obra de Dios. La resurrección de Jesús crucificado demostró que él era verdaderamente el Hijo de Dios y Dios mismo (CIC, 653).
La resurrección es el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento y de las promesas que el propio Jesús hizo durante su vida terrestre. La verdad de la divinidad de Jesús es confirmada por su resurrección.
La resurrección de Jesús no es un acto cerrado en sí. Es el inicio de un proceso que se extiende a todos los hombres. Es el principio y la fuente de la resurrección futura de los hombres, actuando “desde ya para la justificación de nuestra alma” y, más tarde, “para la vivificación de nuestro cuerpo” (CIC, 658).
“No ha sido nada fácil, a través de la historia, ni lo es actualmente, para los cristianos, mantener su fe. Nunca, tampoco, les ha faltado la asistencia del Espíritu, sino para probar la resurrección, al menos para poner de manifiesto que no puede ser válidamente contestada, por ningún tipo de argumento científico o filosófico”, afirma el teólogo Francisco Catão.
Referencias:
– CIC (Catecismo da Igreja Católica) http://www.vatican.va/archive/cathechism_po/index_new/indice_po.html.
– Joseph Ratzinger: “Introdução ao Cristianismo”. São Paulo, Loyola, 2005.
– Dom Estêvão Bettencourt, OSB. “Pergunte e Responderemos”, 351,http://pt.scribd.com/doc/13965374/ANO-XXXII-No-351-AGOSTO-DE-1991.
FUENTE: http://www.aleteia.org/es/religion/q&a/se-puede-ser-cristiano-sin-creer-en-la-resurreccion-470002
No hay comentarios:
Publicar un comentario