Finalmente lo conseguí gracias a mi madre y a unos amigos de la JEC: los jóvenes y el cura de Fuente del Maestre, un pueblo de la provincia de Badajoz donde está presente mi movimiento. Me apunté con ellos directamente.
Al llegar el día 15 de agosto me reuní con mi grupo en Mérida desde donde salimos con otros jóvenes de la diócesis y también de Zimbabwe, India, México, EE UU y Filipinas. Cuando llegamos a Madrid nos establecimos en un colegio público de la ciudad. Durante los primeros 3 días fuimos a las catequesis. El jueves 18 vimos desde la Parroquia de San Roque la llegada del Papa. El viernes me confesé en el Parque de El Retiro y por la tarde fuimos a la Nunciatura Apostólica donde vimos salir al Papa. Lo vi sólo unos instantes pero me emocionó muchísimo. Después el sábado nos fuimos a Cuatro Vientos donde pasamos finalmente la noche de vigilia con el Papa y con la tremenda lluvia que cayó entonces. Lo pasé mal con esa lluvia porque no traje nada para protegerme. Al día siguiente escuchamos la misa final y así acabó todo. Durante toda la semana del evento hacía mucho calor.
El mejor recuerdo que llevo de ese evento ha sido ver con mis propios ojos la universalidad joven de la Iglesia. Allá por donde íbamos por Madrid siempre había jóvenes de otros países gritando “Esta es la juventud del Papa”, “Benedicto”. Había jóvenes de todo el mundo, de razas, culturas, idiomas y de países diferentes y sin embargo, todos estábamos unidos bajo una misma familia universal: la Iglesia Católica. Estuvieron jóvenes de Francia, Bélgica, Argentina, Italia, México, de países africanos e incluso de países donde los católicos son una clara minoría como Egipto o Taiwán. Recuerdo también a los jóvenes zimbabuenses que nos acompañaron durante todo el evento, en especial a uno que me cogió mucho cariño y a quién le recuerdo muy bien.
A raíz de esta experiencia he aprendido algunas lecciones de la vida y del Evangelio: He aprendido a cargar con la cruz de mi carrera universitaria y de las contrariedades del día a día, aprendí a confiar más en Dios y en su amorosa providencia, entendí mejor que antes el sentido y el valor del sacrificio de mis propios gustos y se fortaleció mi fe. De todas formas todavía tengo que seguir madurando y creciendo como persona y como cristiano y estoy convencido de que Cristo me ayudará en ello. Yo espero algún día volver a repetir la misma experiencia que viví en Madrid.
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