lunes, 19 de marzo de 2012

Otra economía es posible Otra economía es posible



En una de esas comidas con amigos en las que se intenta arreglar el mundo, uno de los comensales interrumpió nuestro acalorado debate para aseverar que el problema de nuestros días radica en que hemos olvidado que los objetos existen para ser usados y las personas para ser amadas y, sin embargo, cada vez amamos más los objetos y usamos a las personas. Por unos segundos, la réplica a tal afirmación fue el más absoluto silencio…


 


Cuando hablamos de la crisis económica, de lo que hablamos no es simplemente de dinero sino, sobre todo y fundamentalmente, de personas. Rostros concretos que sufren, que son parte del proceloso engranaje económico y que se sienten como zarandeados por la marea de las estadísticas y los datos. No es cuestión de dinero, porque esta crisis es la punta del iceberg de una crisis de otra índole: la que sobreviene cuando olvidamos el valor del compromiso con los demás.


 


La crisis económica se ha manifestado como consecuencia de una crisis de valores. Por ello se hace necesario examinar el sistema de valores que ha regido en los últimos tiempos y que ha convertido la riqueza en un fin y no en un medio para el desarrollo de la persona y los pueblos. Caritas in veritate advierte de que “el objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza”.


 


Ricardo Sánchez-Serrano, director ejecutivo de Fidelis International Institute, una organización dedicada al estudio y la promoción de la ética en el mundo empresarial, indica que el principal factor desencadenante de la crisis ha sido justamente “la desconexión entre los principios éticos de las personas y el actuar de estas mismas personas en el día a día. Es decir, hacer negocios de cara a la maximización de resultados financieros en el corto plazo, pasando por encima de cualquier ley y atropellando la dignidad de las personas”. Enfoquémonos entonces en la economía y preguntémonos si la que tenemos es la economía que queremos. ¿La hemos situado al servicio del bien común? Precisamente, hace unas semanas, los obispos de la COMECE (Comisión de Episcopados de la Comunidad Europea) reflexionaban a propósito del devenir de la economía. En su declaración aseveran que “a una economía de mercado al servicio exclusivo de los intereses del capital no se le puede llamar “social”. Afirman, además, que una economía social de mercado es aquella que “vincula la libertad del mercado al principio de justicia y al mandamiento de amar al prójimo”.


 


Otra economía es posible


¿Se puede hablar de amor cuando hablamos de economía? La respuesta es sí. Se puede hablar incluso de comunión. El concepto “economía de comunión” nace en Brasil en el año 1991 promovido por Chiara Lubich, fundadora del movimiento de los Focolares, para tratar de resolver el problema de la pobreza. Propuso la creación de empresas, gestionadas por profesionales competentes, que se desarrollasen en el ámbito del mercado. Javier Espinosa, presidente de la Asociación por una Economía de Comunión en España, explica a Misión que este tipo de economía se compromete a vivir los valores de la “cultura de comunión y reciprocidad, a fin de que penetre siempre más en el mundo de la economía y en todos los ámbitos”. Es un tipo de economía en el que las personas son lo más importante y los beneficios no son lo que más importa. Estos se destinan a obras de caridad, porque los pobres son un valioso recurso para el bien común; formación para los empleados y reinversión en la propia empresa. Esta concepción exige sustentar la actividad en principios como el respeto a la dignidad de las personas (lo que se traduce en salarios justos, conciliación familiar, no discriminación…); la fraternidad; la solidaridad para ponerse en el lugar del otro (compañero, jefe, proveedor…); la reciprocidad, la transparencia para crear confianza mutua y respeto a la legalidad y el medioambiente. Así lo comprobaron los hermanos Mónica y Pablo Salazar con su empresa, Maderas Nogal. Pablo asegura que sintió una fuerte llamada a concebir su actividad profesional desde la economía de comunión. Estos hermanos decidieron iniciar su proyecto en el 2001 en Argentina, en plena época del corralito. Han llegado incluso a prescindir de cobrar un sueldo por preservar los puestos de trabajo. “Así es nuestra empresa, la empresa son las personas”, asegura Pablo. Los 5.000 dólares iniciales de inversión se han convertido en 600.000, que es el valor estimado de su empresa. Otro caso es el de Metalsul, que fue una de las primeras empresas en adoptar en Brasil la economía de comunión. Celso Beppler, uno de sus socios fundadores, explica que, a la hora de crear su empresa, tenía una cosa clara: debía conjugar a Dios, al hombre y al capital. “Nuestros pilares se fundamentan en la cultura del dar”, afirma.


 


Esta concepción coloca al ser humano en el centro de la empresa de modo que trabajadores, clientes, proveedores… todos son importantes. A todos hay que tratarlos con el mayor respeto a su dignidad. De esta forma, como dice Espinosa, “el trabajo deja de ser una mercancía para trasformarse en elemento que dignifica a la persona”. La economía de comunión cuenta también con parques empresariales propios llamados “polos”. Existen diez repartidos por todo el mundo. Siete ya creados y tres en fase de realización. En ellos se hace carne esta nueva economía que, además, ha suscitado el interés de académicos de todo el mundo. El modelo se estudia en universidades de Alemania, Italia, Brasil o Argentina. La novedad de la economía de comunión radica en la pretensión de extender la cultura del dar para cambiar los comportamientos económicos y conjugar eficiencia empresarial con fraternidad.


 


Recuperar la virtud


Restablecer el valor de las relaciones humanas y en ellas construir una red social cooperativa es la base de otra realidad que apuesta por la comunidad: la Compañía de las Obras (www.cdo.es), que desde hace 25 años opera en nuestro país. Su presidente, José Luis Linares, explica a Misión que se trata “de una amistad operativa basada en el sentido de la responsabilidad y en el deseo de contribuir al bien común”. Desde la Compañía se ofrece asesoramiento a empresas y formación para emprendedores y profesionales. Empresas, trabajadores y organizaciones sin ánimo de lucro que se apoyan entre sí haciéndose partícipes de necesidades y dificultades, y, a su vez, cubriendo cada uno según sus capacidades y posibilidades, las necesidades de los demás. “De esta forma se supera el modelo en el que somos una masa de individuos aislados y a la que los organismos públicos responden frente a cualquier necesidad”. En definitiva, una comunidad de solidaridad y responsabilidad nacida de la iniciativa individual que conforma un rico tejido social capaz de llevar a la plena realización el principio de subsidiariedad.


Está claro: es posible hacer negocios de manera diferente. Ya hay evidencias de que, cada vez más, los negocios éticos garantizan los resultados financieros a largo plazo. Así lo ha demostrado el análisis que Fidelis International Institute ha hecho de más de mil compañías de las principales bolsas de valores del mundo: Nueva York, Nasdaq, Madrid, Londres, París, Fráncfort, Zúrich, Tokio… En un subgrupo de 150 empresas que superaron todos los filtros éticos que aplica este Instituto, durante un lapso de tres años, se vio claramente que todas ellas mostraban mejores resultados financieros.


 


¿Cómo hacer entonces que más personas quieran replicar este buen actuar en los negocios que, además, es garante de buenos resultados? En esto, los obispos de la COMECE han sido muy claros: “No solo precisa de reglas, sino también de la adopción de una serie de medidas basadas en la virtud por parte de todos los participantes del mercado, empezando por el empresario y llegando hasta el consumidor”. Ricardo Sánchez-Serrano lo ha vivido de cerca en el terreno empresarial: “La solución no es crear reglas o leyes. Cuando quebraron empresa como Enron, Arthur Andersen, WolrdCom o Parmalat en EE UU a comienzos del 2000, todo el mundo se volcó en crear tablas de valores. A los pocos años, volvieron los problemas éticos y con ellos más quiebras: Lehman Brothers, Madoff...”. Por eso, asegura que la ética no se puede implantar con leyes. Hay que mover voluntades, una a una. Por eso, Sánchez-Serrano indica que las entidades, como órganos, no pueden abrazar la ética. Hay que lograr que cada persona, quiera ser ética y ponerle corazón a los negocios: “La ética no la puedes imponer, la tienes que meter en el ADN de las personas. Mientras las personas no quieran actuar bien, van a volver a suceder los problemas que han sido recurrentes”.Para evitar esas actuaciones, José Ballesteros, colaborador del IDDI (Instituto de Desarrollo Directivo Integral), apunta a la necesidad de educar en la responsabilidad a las futuras generaciones. Libertad y responsabilidad son un binomio. “Todos tenemos que reconocer que tenemos una parte de culpa, aunque simplemente haya sido por omisión”. La crisis económica, señala, “no es más que el síntoma de la enfermedad y la enfermedad es una crisis moral y ética”. Hay que desterrar, en definitiva, la idea del “todo vale”. “Quizá no hay que preguntarse qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos, sino qué hijos vamos a dejar a nuestro mundo”. Por eso es preciso que la familia recobre su papel como fuente de la que emanen los valores, y el sistema educativo es el cooperador necesario en esta empresa. Pero, si hay crisis de familia, hay crisis de valores, y si hay crisis de valores –como apunta Ignacio Socías, presidente de The Family Watch–, el problema quizá radica en que no se ha educado en la cultura del esfuerzo, sino con la ley del mínimo esfuerzo, “hasta que la realidad ha terminado por imponerse”.


 


Aprender del error


También se hace necesario ver la botella medio llena y no siempre medio vacía. Sin lanzar las campanas al vuelo, las crisis y las dificultades a lo largo de la historia nos han permitido superarnos, limar las imperfecciones de nuestra conducta y fortalecernos en el correcto proceder. José Ballesteros habla de crisis-oportunidad por que “de las grandes crisis han surgido las grandes oportunidades. Una de las cosas que más dañan es el hecho de que todo el mundo repita que este año va a ser peor que el anterior. Hay que tener una actitud constructiva y no destructiva”. En su opinión, la crisis hará que se recupere la cultura del esfuerzo, del trabajo bien hecho, el sacrificio y la generosidad, porque lo contrario ha sido lo que nos ha conducido a este punto.


 


 


El motivo y la acción


José Ballesteros nos recuerda que, en estos tiempos, la motivación es fundamental. “Motivación es motivo y acción, con lo cual, cada uno, individualmente, trabajador y empresario, tenemos que examinar los motivos para ponernos en acción diariamente”. Así, señala que el empresario debe conocer los motivos del trabajador, hacerle saber los motivos de la empresa y ayudarle a ver cómo los motivos de la empresa pueden apoyar sus propios motivos. Por eso, es fundamental que el empresario conozca a sus trabajadores y sus necesidades, para que, en tiempos de vacas flacas, el equipo humano sea solo uno. Se trata de humanizar la empresa porque, como nos recuerda Tomás Alfaro, “la riqueza de un país es el talento de su gente”.


 


 


Empresario y trabajador, codo con codo


Si hay un prejuicio que se extiende como una mancha de aceite es que empresario y trabajador son enemigos naturales. Tomás Alfaro, director de ADE de la Universidad Francisco de Vitoria, indica que se ha de implementar lo que llama “espiral virtuosa”, una concepto por el cual trabajador y empresario salen enriquecidos y fortalecidos en su relación. Cuando en la empresa el trabajador siente que, además de un beneficio económico, se enriquece humanamente, se genera un ambiente que atrae a los mejores talentos. Con esos talentos, se mejora el producto o servicio que ofrece la empresa y, al mejorar el producto, se genera un mayor beneficio que hace que se pueda pagar mejor al trabajador y así crear buen ambiente, atraer talentos y continuar con la espiral. “Si se pone en marcha la espiral virtuosa, la empresa gana más, el trabajador estará más contento y aportará más. La espiral es contraria a lo que llamo “juego suma cero” –muy extendido– a través del cual se nos hace creer que si la empresa gana más, el trabajador gana menos, y eso no es cierto”.


 


 


RICARDO SÁNCHEZ SERRANO: “Me di cuenta de que no es posible hacer negocios pasando por encima del ser humano”


Director ejecutivo de Fidelis International Institute (www.fidelisinstitute.org)


Su última experiencia en el mundo corporativo le sirvió de señal de alerta: “Me di cuenta de que no es posible hacer negocios de cara a los resultados, pasando por encima de cualquier ley y del ser humano para inversores que ya son millonarios”. Así que se fue a hacer el Camino de Santiago y se propuso darle un giro a su vida. Entonces, en el 2009, le invitaron a dirigir Fidelis International Institute, un instituto creado en el 2005 por inversores católicos que se preguntaban: ¿cómo saber que nuestra inversión no está haciendo un mal, sino un bien en el mundo? Para Ricardo, su mayor logro es haber tocado el corazón de muchos empresarios, banqueros, financieros e inversores, grandes y pequeños, para que se animen a “hacer las cosas de otra manera”.


 


 


JOSÉ BALLESTEROS: “A mis compañeros les podía el ansia de poder. Yo quería otra cosa”


Socio fundador de VESP Actitud en Acción y colaborador del Instituto de Desarrollo Integral de la Universidad Francisco de Vitoria


A los 26 años ya era un alto ejecutivo de una multinacional norteamericana con una fulgurante carrera, pero algo no encajaba: “Veía que otros compañeros a mi alrededor tenían un estilo de vida que no me llenaba. Había excepciones pero, básicamente, les podía el ansia de poder. Yo quería otra cosa”. Ballesteros asegura que es fácil, siendo alto directivo, caer en ciertas conductas, si no se cuenta con unos pilares éticos. Su vida cambió cuando tenía 33 años y fue despedido de la empresa a causa de un conflicto ético. Era padre de familia y su esposa tampoco tenía trabajo. Se replanteó su forma de actuar y tuvo claro que, a partir de ese momento, quería ser su propio jefe y además descubrió que quería “ayudar a la gente”. Ahora se dedica al campo del desarrollo personal y profesional. Desde entonces, asegura entre risas que lleva “años sin trabajar, porque esto no es un trabajo, es algo que disfruto”. Haciendo balance, Ballesteros afirma contundentemente que con el cambio ha ganado en todos los sentidos.



Por Ángeles Conde Mir, revista Misión



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