A los niños les asombra lo que ocurre en las iglesias el Miércoles de Ceniza. Cuando el sacerdote les hace la señal de la cruz en la frente con ceniza, y un poco de polvo les cae sobre la nariz, levantan sus ojos, grandes y asustados, hacia el celebrante, como queriendo verse. Después, de regreso al banco, vienen las dudas. No saben si limpiarse esa ceniza o no. Se miran unos a otros señalándose la mancha oscura en la frente. Es algo original y diferente, que no ocurre todos los días. También despierta de la rutina litúrgica a muchos fieles adultos. Pero la práctica de la imposición de la ceniza no es un divertimento ni una costumbre arbitraria. Todos los hechos litúrgicos que acoge la Iglesia se sustentan en la tradición, en las propias Escrituras, en el Magisterio de la Iglesia y, en definitiva, en profundidades espirituales. La ceniza no es una excepción.
La Cuaresma es un tiempo particularmente rico en símbolos en la Iglesia. Desde la citada ceniza hasta el color morado en la liturgia, pasando por la duración de 40 días de este periodo, las palmas del Domingo de Ramos o la inmensa tradición que acompaña cada celebración de los días previos al Jueves Santo. Cada pequeño detalle de lo que ocurre en el templo durante estos días conecta a los católicos de hoy con los profetas del Antiguo Testamento, con los primeros cristianos, con la tradición de la Iglesia y con la propia historia y evolución de la liturgia a través de los siglos.
Sumisión total
El ritual de la imposición de la ceniza, que expresa a grandes rasgos el deseo de penitencia y conversión, nos lleva hasta las primeras páginas del Génesis: “Dios modeló al hombre con polvo del suelo” -en algunas traducciones leeremos “barro” o “arcilla”-. De ahí que una de las fórmulas que utiliza la Iglesia en la imposición de la ceniza sea precisamente “polvo eres y en polvo te convertirás”, que según las Escrituras es lo que dijo Dios a Adán y Eva tras su expulsión del Paraíso: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo y al polvo volverás!”. La exclamación, procedente del Génesis, representa también la sumisión total del hombre a su Creador.
La ceniza como símbolo era utilizada ya en los primeros siglos del cristianismo como muestra de arrepentimiento cuaresmal. Los penitentes que deseaban recibir el perdón al final de la Cuaresma, el Jueves Santo, se imponían la ceniza sobre sus cabezas y se vestían con hábitos penitenciales, escenificando así su conversión frente al resto de la Iglesia. Desde el siglo XI se establece que todos los cristianos realicen este gesto al comienzo de la Cuaresma, representando su voluntad de conversión. Tras la última reforma de la liturgia, la imposición de ceniza se vincula también a la escucha de la Palabra de Dios y suele realizarse durante la celebración de la eucaristía en el día que comienza la Cuaresma, el Miércoles de Ceniza.
Las cenizas que se imponen proceden de la quema de las palmas de la Cuaresma anterior. Y esto nos lleva a otro de los símbolos que cobran protagonismo estos días: las palmas del Domingo de Ramos. Su origen lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús entró en Jerusalén montado en un borrico y fue recibido con alegría y esperanza por las multitudes. Jesús llegaba precedido por la fama de sus milagros en toda la región. Al grito de “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”, la muchedumbre salió a recibirlo, extendiendo sus mantos por el camino y cubriendo a Jesús con ramos de palmas que arrancaban de los árboles a su paso, tal y como relatan los cuatro evangelistas.
Por eso ahora la Iglesia, en la celebración del Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, bendice las palmas y las ramas de olivo, y las reparte a los fieles, que acuden en procesión al templo, como hicieron quienes salieron a recibir a Jesús a las puertas de Jerusalén. Tras la eucaristía del Domingo de Ramos, los fieles se llevan a casa los ramos bendecidos y los conservan durante todo el año hasta la siguiente Cuaresma, siguiendo una tradición cristiana muy extendida.
La clave cuarenta
Durante la Cuaresma, el color púrpura tiñe toda la liturgia. En tiempos de Jesús, el color morado o púrpura estaba reservado a las vestimentas de los reyes. Por eso, según el relato de la pasión de Cristo, los soldados se burlaron de Jesús poniéndole un manto morado y llamándole “rey de los judíos”. La Iglesia pasó así a relacionar el morado con el sufrimiento de Jesús, y con la penitencia. Y este es hoy el color que podemos ver en la casulla y en el resto de las vestiduras litúrgicas, y en el conopeo -velo que cubre el sagrario-, durante la Cuaresma, para recordar a los fieles que es tiempo de penitencia.
El color rosa también hace acto de presencia brevemente durante la liturgia cuaresmal. El rosa simboliza la alegría, pero una alegría pasajera. Se utiliza en los domingos de Gaudete y Laetare, es decir, en los terceros domingos del Adviento y la Cuaresma. En medio de un tiempo de penitencia y ayuno, el rosa recuerda brevemente la proximidad de la Navidad o de la Pascua.
La Iglesia establece que la duración de la Cuaresma es de 40 días y, por supuesto, no se trata de una cifra casual. Precisamente “Cuaresma” procede de la expresión latina quadragesima dies -día cuadragésimo-, es decir, alude a los 40 días de duración de este periodo litúrgico. En las Escrituras encontramos en muchos momentos clave esta cifra. Moisés ayunó durante 40 días antes de subir al monte Sinaí y recibir la Palabra de Dios, las tablas sagradas de la alianza. También Jesús se retiró en ayuno al desierto durante 40 días antes de iniciar su ministerio público. Fueron 40 los días del diluvio, y 40 los años de la marcha del pueblo judío por el desierto. En definitiva, el número 40 se identifica en la tradición cristiana como víspera, como preparación de algo importante que ocurrirá próximamente, y en el caso de la Cuaresma, es la Pascua de Resurrección.
Y en esa preparación para la Pascua de Resurrección se incluyen otros símbolos o imágenes en aparente segundo plano, pero a los que también la Iglesia presta atención estos días. Es el caso del desierto, al que Jesús se retira durante esos 40 días, y donde recibe las tentaciones del demonio. El desierto, con su aridez, dureza, condiciones ambientales extremas y dificultad para encontrar alimentos, ofrece a los cristianos una imagen precisa del camino penitencial que deben recorrer en Cuaresma. Jesús se retiró allí a rezar y a hacer penitencia, antes de lanzarse a su misión de salvar a la humanidad.
De estas tradiciones se desprende también el mandato del ayuno y la abstinencia -de comer carne u otro alimento indicado por las diferentes Conferencias Episcopales-, por el que los cristianos ayunan el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y se abstienen de comer carne el Miércoles de Ceniza y todos los viernes de Cuaresma. La Iglesia orienta el ayuno propio de estos días tanto a la penitencia como a la caridad, inspirándose en las mismas razones que llevaron a Jesús a retirarse al desierto durante la primera Cuaresma de la historia. Por eso no sorprende que el papa Benedicto XVI dedique su Mensaje para la Cuaresma 2012 a la caridad, profundizando en un breve texto de la Carta a los Hebreos: “Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras”. La caridad es, por tanto, otro de los ejes de la Cuaresma, con la que los cristianos preparan la muerte y resurrección de Cristo.
El vía crucis es la oración por excelencia de este tiempo previo a la Semana Santa. Durante el resto del año pueden pasar desapercibidas las cruces o cuadros que adornan las paredes de las iglesias, señaladas con números romanos, representando los diversos momentos de la pasión de Jesús. Aunque no sabemos con exactitud cómo se llevaba a cabo inicialmente esta devoción, el origen del vía crucis lo encontramos en la Vía Dolorosa de Jerusalén, en donde desde los primeros siglos se marcaron ciertos lugares recordando los momentos de la pasión de Cristo camino del Calvario. Desde la época del emperador Constantino -siglo IV-, muchos peregrinos culminaban su viaje recorriendo estas estaciones de la cruz, recordando los sufrimientos de Jesucristo.
Pioneros franciscanos
En el siglo XV comienzan a erigirse estaciones de la cruz en diversos lugares de Europa, facilitando la posibilidad de participar en el vía crucis a aquellos cristianos que no podían viajar a Tierra Santa. En los siglos XVII y XVIII, san Leonardo de Puerto Mauricio, san Alfonso María de Ligorio y san Pablo de la Cruz contribuyeron notablemente a la difusión de esta práctica cristiana. Gracias a san Leonardo se inicia la popular tradición de rezar el vía crucis en el Coliseo de Roma cada Viernes Santo, presidido por el papa.
En los siglos posteriores la Iglesia fue perfilando cómo debería rezarse esta oración, siguiendo las cruces dispuestas por el templo, extendiendo las indulgencias #-antes reservadas a la peregrinación a Tierra Santa- también a los que hicieran el vía crucis desde cualquier lugar del mundo. Fue Inocente XI el papa que puso esta nueva indulgencia al alcance de cristianos de todo el mundo, permitiendo a los franciscanos erigir estaciones en todas sus iglesias. Desde 1862 esta concesión se amplía a los obispos de todas las diócesis, contribuyendo definitivamente a la expansión de esta oración cristiana en todo el mundo. Actualmente la Iglesia concede indulgencia plenaria a los fieles cristianos que hagan devotamente las catorce estaciones de la cruz, según las indicaciones recogidas en el Enchiridion indulgentiarum. Normae et concessiones.
Pequeños detalles
Durante la Cuaresma, en la celebración de la eucaristía se omiten el aleluya y el gloria. Normalmente no se realizan bautizos en Cuaresma -salvo en casos excepcionales-, sino que se posponen a la celebración del Domingo de Pascua. La vigilia pascual es el momento propicio para la celebración de sacramentos de iniciación cristiana; por eso durante la misma suelen realizarse bautizos, que en el caso de los adultos se acompañan también de su confirmación.
La abstinencia de comer carne prevista por la Iglesia en Cuaresma afecta a partir de los 14 años, mientras que el ayuno se practica entre los 18 y los 59 años.
El Jueves Santo por la mañana, el obispo celebra la misa crismal, en la que se bendicen los santos óleos y se consagra el crisma. Estos santos óleos se emplean para ungir a los bautizados, a los confirmados y a los obispos y sacerdotes en el día de su ordenación sacramental.
La tradición de los santos óleos está inspirada también en el Antiguo Testamento, en el que eran ungidos reyes, sacerdotes y profetas, que anticipaban a Cristo, cuyo nombre significa ‘el ungido del Señor’.
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