viernes, 16 de marzo de 2012

Historia de otra monja


Domingo 26 de febrero de 2012. Minutos antes de la ceremonia de la 84ª entrega de los Oscar de la Academia en el Kodak Theatre de Los Ángeles. Sobre la adorada alfombra roja, un interminable desfile de sonrientes vanidades pasa y posa ante las cámaras y los ojos de medio mundo. Ellos, de impecable esmoquin; ellas, de elegante infarto. Nada sorprendente. Hasta que, entre los vertiginosos escotes y los carísimos diseños de Tom Ford, Givenchy, Dior Vintage o Armani Privé, surge un hábito benedictino, de riguroso negro y blanco, que atrae los flashes y las simpatías de los fans. Dentro del hábito hay una inmensa sonrisa, unos brazos que se elevan llenos de gozo mundano, y una religiosa que años atrás fue actriz y que hoy, 50 años después de pisar la alfombra roja por última vez, se siente como si hubiera vuelto a casa.



Ella es la madre Dolores, priora de la congregación de benedictinas Regina Laudis, en Connecticut, que viene a representar en la ceremonia el documental que cuenta su historia, Dios es más grande que Elvis, y que optaba a la preciada estatuilla dorada (que finalmente se llevó Saving Face). Su misión, en esa alfombra roja, es “acercar a la gente a Dios por medio del cine”. Aunque ello no le impide disfrutar del momento como una niña… de 73 años. Y es que era casi una niña la última vez que estuvo en el ombligo del cine.



Fue el 6 de abril de 1959, en el RKO Pantages Theatre de Hollywood, en una ceremonia que presentó el sempiterno Bob Hope y en la que se codeó con estrellas de la intensidad de Ingrid Bergman, Gary Cooper, Jerry Lewis, Kim Novak, John Wayne, Paul Newman o Liz Taylor. Tenía 21 años y su nombre artístico era Dolores Hart. Su pasión por el cine nació cuando apenas era una niña; su padre, el actor Bert Hicks, se trasladó de Chicago a Hollywood por motivos de trabajo. Dolores lo acompañaba asiduamente a los platós y con tan solo 11 años actuó (como figurante) en su primera película, La ambiciosa (1947). Pero quien realmente le contagió el entusiasmo por la profesión fue su abuelo, empleado en una sala de cine, a quien ayudaba a cambiar los rollos de las películas que proyectaba. Y de las que se acabó enamorando.
Una refugiada judía
Diez años después de su infantil debut, y convertida en una bellísima joven con cierta experiencia en el teatro, se estrenó en el cine con la estrella más fulgurante del momento, Elvis Presley. La película, una de adolescentes titulada Loving You, pasó a la historia como el primer beso del rey del rock en el cine. La afortunada, Dolores Hart, pasó a la historia como la primera chica que besó a Elvis en el cine. Ella sonríe cuando le recuerdan el acontecimiento: “Creo que el límite para un beso en la pantalla son 15 segundos. Este debe de ser el beso más largo de la historia porque ha durado 50 años”. A raíz de ese beso histórico, el bello rostro de Dolores Hart comenzó a protagonizar carteleras, portadas de revistas y campañas publicitarias.



Ahí comenzó su corta pero brillante carrera cinematográfica, que continuó compartiendo cartel con Anthony Quinn, Gary Cooper, Anna Magnani, de nuevo con Elvis en King Creole (1959) y con George Hamilton en Playas de Florida (1960). En 1961 realizó su primer gran papel, que además resultó ser profético: fue en el drama religioso Francisco de Asís de Michael Curtiz, en el que interpretaba a Clare, una joven aristócrata que, por influencia del santo, abandona a su familia y se hace monja. Sin embargo, su mejor interpretación -y su papel favorito- llegaría al año siguiente con Lisa. Cuenta la historia de Lisa Held, una refugiada judía que, tras sobrevivir a Auschwitz, sufre toda clase de desdichas antes de lograr regresar a su Palestina natal.
Derecho a voto
En 1963, protagoniza su última película, una comedia ligera sobre tres jóvenes azafatas en busca de un soltero rico. Dolores Hart está en estos momentos en la cumbre de su carrera; su belleza (que algunos comparaban con la de Grace Kelly), su talento para la comedia y el drama, y su simpatía natural la convierten en una de las actrices más prometedoras de la época. Hasta que Alguien se cruzó en su camino y dio un giro radical en su vida. Cambió los oropeles y la fama por el silencio y la humildad, las fiestas y los sets de rodaje por el huerto y las vacas, el deslumbrante mundo de Hollywood por la oración, la contemplación y la vida sencilla de un convento de clausura en Connecticut.



Su vocación había comenzado dos años antes, durante un rodaje en Roma, donde conoció al papa Juan XXIII. En 1963, de regreso tras una gira para promocionar su última película, pide al chófer que detenga su limusina ante las puertas de la abadía Regina Laudis en Bethlehem. Es la mañana del 13 de junio cuando Dolores Hart atraviesa esas puertas dejando toda su vida anterior al otro lado, para dedicarse plenamente a una nueva vida consagrada a Dios. Y, como ella misma reconoce, una vida mucho más feliz: “Antes de haber cumplido 20 años en el convento me acordé de que trabajar en el cine me daba menos felicidad que la que me esperaba aquí”. Adoraba Hollywood, y no lo abandonó “porque fuera un lugar de pecado”, sino por “una cosa misteriosa llamada vocación. Es una llamada que viene de otro lugar que llamamos Dios, porque no tenemos ninguna otra forma de llamarlo”.



Aunque la madre Dolores nunca llegó a desligarse definitivamente del mundo del cine. Junto a su amiga, la actriz Patricia Neal (ganadora de un Oscar por Hud, junto a Paul Newman), construyó The Gary - The Olivia Performing Arts Center junto al convento, un teatro con capacidad para 500 personas en el que se representa todo tipo de obras cada verano. A lo largo de estos 50 años han colaborado con él muchos amigos de Hollywood, como Paul Newman, Maria Cooper -hija de Gary Cooper-, “que es como mi hermana”, y Patricia Neal, que llegó a ser monja durante tres meses y que está enterrada en la abadía.



Además, la hoy madre superiora de Regina Laudis sigue siendo miembro de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Hollywood y la única monja con derecho a voto. “Empecé a votar en 1960, pero al pertenecer a la orden pensé que no era correcto. En 1990 me llamó mi amigo Karl Malden (que fue el padre Barry en La ley del silencio), entonces presidente de la Academia, para que reconsiderara mi postura y acepté. Me dio un aparato para ver las películas en mi habitación y envío mi voto. De esta manera estoy en contacto con la realidad”.



Hoy, la madre Dolores vuelve a su antigua casa, con sus viejos amigos, durante unas horas. Viene a presentar Dios es más grande que Elvis, el nominado documental que narra su vida como actriz de Hollywood y como monja de clausura. Una iniciativa, afirma, cuyo objetivo es “ayudar a aquellas almas que están en búsqueda. Queríamos invitar al mundo a otro orden de vida que podría dar algo de esperanza”.



Un mundo, desde luego, en el que Dios es infinitamente más grande que Elvis.


Fuente: Semanario Alba


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