La acción del evangelio se sitúa justo donde la dejamos la semana pasada (cuando hablábamos del demonio... que miedo me dio esa homilía), justo en la sinagoga de Cafarnaúm. Jesús ha curado allí mismo a un endemoniado y sale de la sinagoga, y atención a la acción que nos narra magistralmente Marcos:
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó... Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados...
Jesús ha comenzado su vida pública y está predicando el Reino que llega. Yo imagino la cara de la gente cuando Jesús hablaba de aquel Reino misterioso. Si los discípulos no llegaron a enterarse... pues imagínate el resto del personal. Pero Jesús no es de esos que da BUENAS RAZONES, sino que reparte AMORES a manos llenas. Toda predicación evangélica está acompañada de gestos concretos de liberación humana, gestos que se traducen en ternura y cariño por parte de Jesús hacia los más necesitados (bueno, lo de la suegra de Pedro no cuenta, porque aún no sabemos si al curarla le amargó el día al bueno de Pedro, que ya se las prometía muy felices con su suegra en cama... dejaremos esta reflexión para posteriores consideraciones hermenéuticas). Es muy bonito como termina la lectura de hoy, porque nos ofrece un resumen perfecto de lo que será la vida pública de Jesús.
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Ese fue el buen Jesús, aquel que recorrió la galilea mostrando a todos con las obras que es posible un mundo mejor, que es posible vivir de otra manera, que es posible traducir en vida el Evangelio. Aquí podríamos terminar la homilía, pero no me resisto a decir una palabrita sobre la segunda lectura, siempre tan olvidada en nuestras homilías.
Pablo hace su especial traducción de nuestro refrán (obras son amores y no buenas razones), pero con un matiz muy personal ya que para él LAS OBRAS se traducen en predicar el evangelio. Para él no basta con vivir el evangelio, sino que toda la vida tiene que traducirse en una predicación de gestos y palabras.
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