domingo, 12 de febrero de 2012

Los leprosos


En el Levítico: Es el que nos da más precisiones o donde se menciona más la lepra. Hay un capítulo (donde se enmarca nuestra primera lectura de hoy) entero a tratar sobre la enfermedad y en el texto que hemos consultado hay hasta 59 instrucciones sobre la enfermedad entre las que se anota: «el hombre en cuya piel apareciera color extraño o postema o especie de mancha reluciente...». Nótase que no se menciona la anestesia síntoma fundamental que hubiera sido detectado por tan magníficos observadores, y se agrega: «el cual si viere lepra en la piel con el vello mudado en color blanco», síntoma importante del vitíligo. Y así sucesivamente siguen las indicaciones del Señor para que el presunto enfermo sea puesto a disposición del Sacerdote quien lo examinará y controlará, diríamos ahora, dos veces cada siete días para observar la evolución, y si las manchas persisten con el carácter de «hundidas o deprimidas» el individuo será declarado leproso y sometido al régimen draconiano destinado a «los inmundos».

En Números: Aquí notamos que más bien la lepra la considera el Señor como un castigo sin dar mayores detalles en relación a la sintomatología, pues María, mujer de Aaron, es castigada por haber hablado mal de Moisés que se había casado con una mujer de tez oscura que era la Etiopisa. En esas condiciones María se vio cubierta de «lepra blanca como la nieve y fue echada del pueblo durante siete días» y sanó gracias a la intercesión de Moisés.

En los Reyes: En el libro IV se menciona que Eliseo, heredero del profeta Elías curó a Naaman Siro que era general de los ejércitos de Siria y un hombre de gran consideración, y también curó a Gizei el criado infiel que había cometido impostura. En este libro nuevamente se vuelve a mencionar la enfermedad como castigo.

En Crónicas 26: Se menciona la lepra en la siguiente forma: «Uzias u Ozias, descendiente de Salomón, tuvo ira contra los Sacerdotes y le brotó la lepra en su frente y al mirarlo el sumo Sacerdote vio la lepra en su frente y así el rey Uzias fue leproso hasta su muerte, lo sepultaron con sus padres en el campo de los sepulcros reales pero fuera de ellos porque dijeron: 'leproso es'».

En el Libro de Job.- Se lo indica como leproso. Aquí se dice: «Satanás hirió a Job con úlcera horrible que iba de los pies a la cabeza». No se menciona algo más orientador sobre la enfermedad de Hansen.

Evangelio de San Mateo. Aquí se menciona uno de ellos: «Habiendo bajado Jesús del monte le fue siguiendo una gran muchedumbre de gentes y en esto viniendo a el un leproso lo adoraba diciendo: "Señor si tu quieres puedes limpiarme", y Jesús extendiendo la mano le dijo: "Quiero, queda limpio", y al instante quedó curado de su lepra».










Evangelio de San Marcos. Es el mismo caso del anterior y nuestra lectura de hoy. Se describe que cuando Jesús predicaba en Galilea vino un leproso a pedirle favor «e hincándose de rodillas le dijo: "Si tú quieres puedes curarme". Jesús dijo "quiero" y al instante desapareció su lepra».

Evangelio de San Lucas. Este evangelista no conoció a Jesús. Vivió después de él. Da sin embargo abundantes noticias sobre la lepra. Él menciona por ejemplo la parábola del rico Epulón en cuya mesa o cerca de ella había un mendigo llamado Lázaro que era leproso y que comía las migajas que caían al suelo. Cuando ambos murieron el rico fue al infierno y el pobre al cielo al lado del Señor. De aquí nació el error de llamar a la enfermedad «Mal de San Lázaro», pues por la misma época se realiza el milagro de la resurrección de Lázaro, el hermano de Marta y María y que posteriormente fue santo, mas no leproso. Error histórico que ha perpetuado como tantos otros. En este Evangelio de San Lucas también se menciona a diez leprosos encontrados por Jesús caminando por tierras de Samaria y Galilea y a quienes también curó.1

Mi querid@ amig@a, en realidad no quería hacer un tratado sobre la lepra, pero es una enfermedad tan conocida y temida en el mundo bíblico que me parecía interesante al menos describir un poco algunas referencias que la Sagrada Escritura hace de la enfermedad. Claro, terminar aquí la homilía es como dejarla a medias, así que primero te voy a indicar algunas conclusiones que me sugiere la Palabra de Dios en referencia a la enfermedad, y termino con alguna cosa práctica que nos pueda ayudar a mejorar nuestra vida cristiana.

o Lo primero que me sorprende es que todo el diagnóstico y tratamiento de la lepra pasa por manos de los sacerdotes. Lo cual me hace pensar que en realidad no estamos ante un problema de salud pública solamente, sino de algo más. El leproso perdía, no sólo el contacto con las personas, sino que era excluido de toda relación con Dios.

o La lepra era considerada como un castigo de Dios por tus actos, o lo que es peor por los actos de tu padre o del padre de tu padre (los judíos buscaban culpables a esta situación hasta en siete generaciones posteriores al individuo. Lo cual no muestra una imagen de Dios cruel y despiadado, pero el la mentalidad del Antiguo Testamento un Dios justo que no deja impune los pecados cometidos.

o En definitiva, el leproso era considerado por el resto del pueblo como un pecador público, como un maldito de Dios. Como alguien que no tiene ningún derecho y que se ha hecho merecedor de un castigo abominable.

A este punto, el gesto que realiza Jesús está más allá de la simple curación o del simple milagro extraordinario. Ya que Jesús. No sólo le está regalando la salud al enfermo, sino que le está devolviendo su dignidad de persona, y lo que es más importante, le está abriendo el camino para que vuelva a relacionarse con Dios.

El lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»

Porque de ahora en adelante, el que fue leproso podrá entrar en el templo. El acto de presentación al sacerdote tenía un doble motivo: por un lado la certificación oficial de la desaparición de la lepra, y por otro lado el reconocimiento del acceso a Dios de una forma oficial.

Mi querid@ amig@, en nuestro mundo occidental, no es que haya desaparecido la lepra, pero si que ha dejado de ser un problema, o al menos no resulta un problema para nuestro corazón. Las enfermedades han dejado de tener esa terrible mancha de castigo divino (aunque muchas veces aún escuchemos esta frase tan “bonita” en labios de algunos: “algo habrá hecho para tener esa enfermedad”). Pero de alguna manera hoy Jesús nos invita a tender manos y no a retirarlas ante las personas con “problemas”. Hoy Jesús se nos presenta más humano que nunca porque sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó...

Hoy Jesús nos está invitando a tener un corazón que se deja enternecer por los que más sufren, por los más abandonados... por los leprosos de nuestra sociedad. Hoy jesús quiere que tendamos nuestras manos y toquemos la miseria, que seamos conscientes de tanto dolos, que tengamos el valor suficiente como para tocarlo y sanarlo en la medida de nuestras posibilidades.




Mi querid@ amig@, que Dios te bendiga y te conceda un corazón grande y generoso como las arenas del mar. Que pases un feliz domingo. Te dejo como último pensamiento una frase del padre Damian de Molokai (apóstol de los Leprosos): Hasta este momento me siento feliz y contento, y si me dieran a escoger la posibilidad de salir de aquí curado, respondería sin dudarlo: "Me quedo para toda la vida con mis leprosos".







Padre Damian de Molokai









El apostol de los leprosos


Nació en Tremeloo (Bélgica) en 1840. Hasta los 19 años vive con sus padres, en ambiente campesino y allí, junto a su fortaleza física, se va desarrollando su personalidad y su vida de fe. El destino de su breve vida sólo se explica por su apasionamiento por descubrir lo que Dios podría esperar de él. Profesa en la Congregación de los Sagrados Corazones y pide ser enviado a las misiones de las Islas Hawaii a los 23 años.


Ordenado allí sacerdote, evangeliza en la isla grande de Hawaii, durante 9 años, a pequeñas agrupaciones de nativos, dispersos en amplios territorios volcánicos.


A sus 33 años, se ofrece voluntario para permanecer en la colonia de leprosos, confinados desde hacía 7 años en una pequeña península de la isla de Molokai, cárcel natural aislada por el mar y las montañas. Los enfermos, que morían casi a diario, eran sustituidos por otros leprosos a quienes, desde otras islas, se forzaba a encerrarse en Molokai.


Desde el comienzo se identifica totalmente con la situación, y se dirige a ellos con su Nosotros, los leprosos. Trabaja agotándose por aliviar físicamente y consolar religiosamente a centenares de leprosos, que así pueden vivir con serenidad y morir con esperanza. Sus precauciones iniciales, van sin duda relajándose por la costumbre, la amistad, la necesidad, hasta que, tras 11 años de convivencia, él mismo es contagiado por la lepra.


Durante 4 años la enfermedad corroe su cuerpo, pero no le impide declararse el misionero más feliz del mundo. Tampoco logra doblegarle, pareciendo que hubiera querido morir de pie. Hasta que en









1889, a los 49 años, muere leproso, satisfecho de que su obra quedaba consolidada con refuerzos de última hora de religiosos y religiosas. "Ya no soy necesario", decía, como un leproso más, muriendo lleno de consuelo quien había trabajado en la casi más absoluta soledad.

Fuente: Salesianos - La Orotava

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