Pero es extraña y triste la paz de quien se rinde. Es la paz del esclavo que deja su libertad. De quien prefiere pactar con ese alcohol que destruye familias, de quien cede a un pequeño robo... Es una paz que engaña, porque la tentación no se conforma, siempre pide más y más.
Lo grande es decirle “no”, con firmeza, con audacia. Un “no” que nazca de un amor más grande: a mí mismo, a mi familia, a quien me quiere.
Será un “no” que lleve a vivir, quizá, en una lucha constante contra las mil astucias de ese mal que todos llevamos dentro.
Es sana la tensión de quien lucha por algo grande y bello.
De quien dice no a la falsa paz que se obtiene a través de rendiciones.
De quien lucha para conquistar esa otra paz, más profunda.
De quien quiere ser fiel, en cada instante, a Dios y a si mismo.
Las tentaciones del desierto nos enseñan que donde se fomentan inten- ciones ambiciosas, ansias de poder, de triunfo, de gloria, allí se esconde la intriga de Satanás.
Para destruir éstas y otras posibles ten- taciones, es necesario estar decididos a rechazar cualquier proposición que nos aleje de Dios.
Por: Fernando Pascual
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