jueves, 12 de enero de 2012
Martín Vigil, el autor de «La vida sale al encuentro», deja a su muerte un sobrecogedor testamento
El sacerdote jesuita y destacado escritor Pedro Miguel Lamet hace referencia en un artículo publicado hoy en El Mundo de "las amargas situaciones por las que discurrió la vida del ex sacerdote, al que acabaron por prohibirle confesar, luego predicar -llenaba la Iglesia de Salamanca- y definitivamente le condujeron a secularizarse" y a "algunas noticias brumosas relacionadas con la policía y algunos de sus muchachos".
Testamento
En octubre pasado, en el boletín “Bellavista” de los antiguos alumnos de los jesuitas de Vigo, colegio donde Martín Vigil fue educador, se publicó su testamento, texto que publica en internet Lamet.
Se trata de un emocionante escrito -destaca el sacerdote jesuita- en que Martín Vigil "confiesa abiertamente su fe, su amor a la Compañía de Jesús, ignora su obra literaria y se despide con una enorme sencillez".
Aquí reproducimos el texto del testamento de Martín Vigil:
“Bueno, al fin muero cristiano como empecé. Creo en Dios. Amo a Dios. Espero en Dios. No perseveré en la Compañía de Jesús, pero jamás dejé de amarla y estarle agradecido. No conozco el odio, no necesito perdonar a nadie. Pero sí que me perdonen cuanto se sientan acreedores míos con razón, que serán más de los que están en mi memoria. Amé al prójimo. No tanto como a mí mismo, aunque intenté acercarme muchas veces. No haré un discurso sobre mi paso por la vida. Cuanto hay que saber de mí lo sabe Dios. En cuanto a mis restos, sólo deseo la cremación y consiguiente devolución de las cenizas a la tierra, en la forma más simple, sencilla y menos molesta y onerosa. Pasad pues de flores, esquelas, recordatorios y similares. Todo eso es humo: Sólo deseo oraciones. De este mundo sólo me llevo lo que me traje, mi alma. Consignado todo lo cual, agradecido a todos, deseo causar las mínimas molestias. Dios os lo pague”.
Su última entrevista
Por su interés, reproducimos asimismo la última entrevista que concediera Martín Vigil a un medio de comunnicación. Fue realizada por Gonzalo Altozano, del semanario Alba, en 2007.
...
Dice que la fama -ha vendido millones de novelas- no sirve para nada, que perdona a los que le hicieron su enemigo sin que él los tuviera como tales, y que va “cuesta abajo en la rodada”, o sea, que la que de un momento a otro le va a salir al encuentro no es la vida, sino la muerte. (“El desatre de Annual comparado con el mío es una broma”). Esto te lo dice con la serenidad del que se ha pasado los últimos años retirado en un cómodo apartamento, rodeado de libros y recuerdos, en diálogo casi ininterrumpido con Dios.
-Ser sacerdote imprime carácter. ¿Ser jesuita todavía más?
-En un plano teológico, no. Aunque humanamente... Puedo decir que veinte años de ascética jesuítica dejan un sello que no se borra por más que uno se haga ateo.
-¿Fue su caso? ¿Dejó de creer?
-No, pero abandonar la Compañía significó dejar de estar sometido a una disciplina.
-Y se fue disipando.
-Claro. Rezaba menos, trabajaba tanto que ni me acordaba de que era domingo, casi no visitaba al Santísimo, dedicaba poco tiempo al apostolado y a la dirección espiritual...
-¿Cómo acabó la cosa?
-Poco a poco fui recuperando la vida espiritual y los bienes perdidos, notando la felicidad y bienestar que te da guiñarle un ojo a Dios.
-Una pregunta muy de cuestionario Proust: ¿estado actual de su alma?
-Muy bien, en regla. Como no puedo ir a la iglesia, viene a verme un sacerdote que me confiesa y me trae la comunión.
-¿Jesuita?
-No, franciscano.
-¿No tiene trato con la Compañía?
-¡Pero si tengo un montón de amigos allí! Yo mismo sigo siendo jesuita de cabeza y de corazón. Por la Compañía siento mucho amor y agradecimiento.
-¿Por qué?
-Porque en veinte años no recuerdo una palabra obscena, una discusión, un mal gesto: fui muy feliz.
-¿Por algo más?
-Sí. Porque atribuyo a la formación que recibí la facilidad que tengo para tratar con Dios.
-¿Lo hace a menudo?
-A cualquier hora del día y de la noche, como si fuera mi compañero de piso. A veces, cuando no puedo dormir, me levanto y le digo: “¡Oye, tú!”. ¿Y sabe qué?
-¿Qué?
-Que con Él me río de verdad.
-¿Y eso?
-Cuando le ofrezco mis dolores y contratiempos, los comparo con su sufrimiento en la cruz y me da la risa. La desproporción es tan grande...
-¿Cree que ofrecer los sufrimientos no vale para nada?
-¡Claro que sirve! Pero no porque tengan valor en sí, sino porque Él quiere que lo tengan.
-¿Y a laVirgen? ¿Tiene presente a la Virgen?
-María es mi madre. Y no es una metáfora, es algo que dice la Iglesia. Eso me da una confianza inmensa.
-¿Por qué?
-Porque sé que se portará conmigo como lo haría mi madre.O sea, bien.
-A san Ignacio también le reza, supongo.
-Es que es mi patrón. También le rezo a Escrivá de Balaguer.
-Yo pensaba que a usted la Obra...
-A mí, la verdad, Escrivá de Balaguer no me caía simpático. Pero me prometí que me iba a caer bien por narices y ya ve...
-A su edad, los dolores de los que antes hablaba...
-Significan que la muerte está cercana, que el fin se aproxima.
-¿Tiene miedo?
-Siento una enorme curiosidad porque dentro de poco veré a Dios y entenderé lo que ahora no entiendo.
-Está convencido de que se salvará.
-Pero no es soberbia, sino la confianza -enorme- que tengo en Dios. Sé que aunque sea yo el diablo en persona, ya encontrará Él la manera de salvarme.
-¿De verdad no teme el Juicio Final?
-Dios es el juez más duro, pues puede condenarte eternamente. Pero también el más misericordioso: basta que te arrepientas para salir absuelto. Es maravilloso.
-¿Usted de qué se arrepiente?
-De no haber aprovechado los dones que Dios me dio, de haber sido soberbio, de un montón de cosas.
-Y si al final se condena, ¿qué?
-A Dios no le odiaría ni en el infierno, le querría aunque no existiera.
-Eso es entusiasmo.
-Es que siempre he sido -ahora más que nunca- un entusiasta de Él, un forofo. Por Dios me batiría como lo hacen otros por el Madrid o por el Atleti.
-O sea, que es un hooligan de Dios.
-Me quedo en fan. Eso sí, aguerrido, tenaz, dispuesto -intelectualmente- a lo que sea. Soy partidario de Él aunque no me salve, repito.
-Está usted como el autor del anónimo aquél: “No me mueve, mi Dios, para quererte...”.
-“... el cielo que me tienes prometido”. Ese poema lo suscribo entero. Si quiero a Dios, no es para que me salve, que claro que quiero que lo haga. Le quiero porque le quiero, porque le quiero querer. Y ya está.
Vida y obras de Martín Vigil
José Luis Martín Vigil (Oviedo, 28 de octubre de 1919) estudió Ingeniería Naval en la Escuela Especial de Ingenieros Navales, abandonando los estudios al llegar la Guerra Civil, en la que participó en el bando nacional. Terminada ésta, terminó también sus estudios de ingeniería, prosiguiendo con los de Filosofía y Letras, Humanidades y Teología en la Universidad de Comillas, ingresando en la Compañía de Jesús, y ordenándose sacerdote en 1953. Fue capellán en varios colegios mayores universitarios, y director de organizaciones católicas en la Universidad de Comillas. Comenzó con la literatura logrando gran éxito como escritor. Participó en programas radiofónicos y en Televisión española, en varios programas religiosos, y con una serie propia.
Sus obras son: Me llamo Tolo (1994), Iba
para figura (1991), Yo, Ignacio de Loyola (1989.1996) Tres primos entre sí (1988), Beatriz, un caso aparte (1987) Habla mi viejo (1986), Mi nieto Jaime (1985), Un tal Marcos (1984), El faro de barlovento (1983), Doce indeseables (1982), El rollo de mis padres (1982), Cierto olor a podrido (1979.1991), Muerte a los curas (1978), Un sexo llamado débil (1973), Réquiem a cinco voces (1963), Sexta galería (1962), Una chabola en Bilbao, Los curas comunistas, La vida sale al encuentro (1960)
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