Victor Alvarado
Los descendientes, basado en la novela de Kaui Hart Hemmings, cuenta la vida de un empresario de éxito, cuya familia se encuentra al borde del precipicio porque su mujer está en coma por un accidente y le ha sido infiel; su hija mayor tiene problemas con las drogas, mientras la pequeña muestra constantes llamadas de atención, así que este buen hombre deberá poner orden entre tanto caos.
La interpretación de George Clooney nos parece merecedora del citado Globo de Oro, pero la que lo hace realmente bien es la actriz, Shailene Woodley, que demuestra gran capacidad para transmitir emociones sin estridencias y que con esa actuación puede entrar por la puerta grande de Hollywood. Destacamos la evolución y el proceso de maduración de su personaje ante un acontecimiento estresante.
La dirección corre a cargo de Alexander Payne, al que todos recordamos por A propósito de Schmidt (2002) y, sobre todo, por la maravillosa Entre copas (2004), que regresa a la gran pantalla, tras varios años de paréntesis, después de de haber pasado por un divorcio que no ha debido ser un plato de buen gusto por lo que se deduce de sus declaraciones a la prensa.
El director y guionista sabe tocar los puntos fuertes (sinceridad brutal) y débiles (la ausencia paterna o fragilidad de las relaciones de pareja) del hombre postmoderno. Su lectura de la vida parece muy acertada pues, a pesar de criticar a la familia, señalándola como la culpable de la actual crisis de valores, considerando que si hay amor todos los obstáculos pueden ser superados en el seno de la familia. Por otra parte, el perdón aparece como la fuerza sanadora de todo lo que nos daña y nos permite que miremos hacia delante con esperanza.
Finalmente, Alexander Payne domina el lenguaje cinematográfico con gran soltura en una escena final propia del cine mudo muy significativa de su pensamiento y de su modo de entender la vida. Por cierto, la banda sonora de Craig Armstrong, que juega con el country y los ritmos hawaianos, nos parece muy atractiva.
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