Más de 180 millones de criaturas, menores de 10 años, padecen hambre porque no tienen nada para alimentarse. Asimismo 177 millones de chiquillos sufren tardanza en su desarrollo a causa de la escualidez de sus madres durante el embarazo y casi 8 millones de recién nacidos fallecen al año, debido a la aciaga salud y a la mala alimentación de la madre, al escaso cuidado durante el alumbramiento y a la negligencia en la atención del bebé. Y esta evidencia tiene lugar en unos países donde 15 millones de jovencitas entre 15 y 19 años dan a luz, anualmente.
El análisis recalca que el planeta está lejos de obtener el propósito de la Cumbre Mundial de la Alimentación de 1996; rebajar a la mitad, para el año 2015, el total de los chavales indigentes. Donde la alimentación es más difícil, un bebé tiene una perspectiva de vida de apenas 38 años, mientras que en los 24 estados más acaudalados esa perspectiva llega hasta los más de 70 años.
Uno de cada siete chiquillos nacidos en los países más indigentes está sentenciado a morir antes de cumplir los cinco años. Al año agonizan más de 250.000 chavales. “La mayor parte de los niños mueren por carencia de alimentos y nutrientes esenciales, lo que les debilita, reduce su peso y acentúa su vulnerabilidad”, asevera el estudio, y añade que “estos niños están expuestos a un riesgo muy alto de enfermedades infecciosas. En los países en desarrollo la diarrea, las enfermedades respiratorias agudas, la malaria y el sarampión son culpables de una gran parte de las muertes infantiles”.
Esta angustiosa carga de congoja y defunción sucede en todos los países de Hispanoamérica y el Caribe.
Agustín de Hipona asevera que “lo que sobra a los ricos es patrimonio de los pobres”.
Clemente Ferrer
No hay comentarios:
Publicar un comentario