domingo, 18 de septiembre de 2011

Mons. Sebastián asegura que la Iglesia no puede cambiar su parecer para complacer a la gente



(La Verdad) Seis de la tarde de un día muy caluroso de finales de verano. Fernando Sebastián (Calatayud, 1929), obispo emérito de Pamplona y Tudela, pasea por la galería de la Casa de Espiritualidad de Málaga, decorada con azulejos de figuras geométricas y abierta a un bosque de pinos, ficus y jacarandas cuyo silencio solo rompe el rumor de una fuente.


Al fondo, el castillo de Gibralfaro es testigo lejano de la conversación con este obispo, el intelectual favorito de Monseñor Tarancón. Con verbo claro, envidiable precisión y una mirada caritativa pero atinada, Fernando Sebastián, una de las personalidades más influyentes de la Iglesia española en las últimas décadas, desgrana recuerdos de su vida. Algunos dramáticos, como aquellas ocasiones en las que tuvo que reconfortar a familias rotas por el terrorismo.


Y explica también su visión del futuro del cristianismo en España, un país que ha encumbrado como valores esenciales la libertad personal y el derecho al bienestar. Por eso, advierte, a esta sociedad no le gusta que la Iglesia juzgue determinados comportamientos. “Tocamos temas que duelen”, dice mientras camina buscando la sombra.


- Se jubiló en Pamplona, ¿por qué escogió Málaga para vivir?


- Era lo más cercano biográficamente porque salí de aquí para ir a Pamplona. Pude haberme quedado allí, pero me pareció conveniente poner distancia y dejar más libertad a mi sucesor. No tenía otros lugares digamos familiares a los que ir y tampoco me pareció oportuno volver a mi comunidad claretiana tantos años después porque los obispos siempre creamos algún compromiso de trato y de convivencia. Se planteó esta posibilidad y me vine, en principio para quedarme, pero a mi edad no se pueden hacer grandes proyectos.


- Nació lejos de aquí, en Calatayud, y se formó en Cataluña. ¿Qué recuerdos tiene de su infancia y juventud?


- Mi primer recuerdo es de cuando tenía tres años: una llorera que obligó a mi madre a sacarme del parvulario de las monjas y llevarme al de los Maristas... También tengo grabada la imagen de un motín en Calatayud, en 1936, en el que se llevaron a mi padre y mi abuelo. Vivíamos todos en una casa de tres pisos en cuyos bajos estaba la farmacia que regentaba mi padre. Yo era el nieto pequeño.


- Hace unas semanas, en una misa en la JMJ, dijo que le resultó duro tomar la decisión de hacerse sacerdote. ¿Cómo fue?


- Ingresé en el noviciado a los 15 años. Yo entonces tenía mucha ilusión por estudiar y ser profesor en la Universidad; también por tener una familia. Me costó mucho renunciar a eso, y cuando entré en el noviciado la disciplina y el aislamiento se me hicieron tan duros que estuve a punto de dejarlo.


- Siempre ha sido considerado un intelectual. Monseñor Tarancón dijo que era su teólogo favorito. ¿Cuáles eran y cuáles son sus intereses?


- Por tradición familiar, es probable que hubiera estudiado Física, aunque luego me he inclinado más por la Filosofía y sobre todo por la Teología. Ingresé en el noviciado tras unos ejercicios espirituales en los que estuvimos leyendo a san Francisco Javier. Quería ir a Japón a ser misionero en la Universidad... En los últimos tiempos también me interesa mucho la Historia.


Tiempos difíciles


Como tantos otros, Fernando Sebastián estudió fuera de España. En un momento de la conversación, relajado, comenta imágenes de aquellos años jóvenes en Lovaina, cuando cada sábado se dirigía a Lieja junto a otros estudiantes para apoyar a los inmigrantes españoles, abrumados por el desarraigo, la pobreza y el desconocimiento del idioma. Los sacerdotes españoles fueron muchas veces 'ángeles de la guarda' de los inmigrantes, se sintieron muy útiles ayudando. Pero luego, al final del franquismo y en la Transición, muchos de esos curas jóvenes colgaron los hábitos.


- ¿Qué pasó?¿Por qué esa crisis?


- En los sesenta había muchos niños que con 11 o 12 años iban a los seminarios; algunos con verdadera vocación, otros muchos sin ella. Además, influyó el cambio de mentalidad que se dio en España con motivo del Concilio Vaticano II y la transformación económica previa a la Transición. Por último, algunos sacerdotes no muy formados ni muy motivados llegaron a sentirse innecesarios. Eso los dejaba sin una justificación personal para su propia vida. Muchos de mis compañeros abandonaron.


- Y en 1982 fue elegido secretario de la Conferencia Episcopal, justo unos meses antes del triunfo electoral del PSOE.


- Era obispo de León y, al ser nombrado secretario de la Conferencia, lo primero que tuve que hacer fue organizar la visita de Juan Pablo II. Luego, tras el triunfo del PSOE, había que negociar el desarrollo de los acuerdos Iglesia-Estado. Todo eso requería mucho tiempo y no podía atender la diócesis. Pedí que me nombraran un auxiliar, pero no lo hicieron, así que me fui a Roma y consulté qué hacer. Me recomendaron que siguiera en la Secretaría de la Conferencia aunque tuviera que dejar la diócesis, cosa que hice con gran dolor.


- ¿Qué ambiente había en las reuniones con el PSOE? En ambas partes había poca experiencia de diálogo en común...


- Días antes de la visita del Papa, nos reunimos Díaz-Merchán, que era el presidente de la Conferencia; Delicado Baeza, arzobispo de Valladolid, y yo, con González, Guerra y algún otro dirigente socialista. Y al sentarnos, Guerra comentó que era la primera vez que se reunía la directiva del PSOE con la de la Iglesia española...


- Al final, las relaciones fueron mejores de lo que imaginaban


- Fue un intento sincero por hacer posible la convivencia entre la Iglesia y un partido que arrastraba una notable tradición anticlerical. Había verdadera voluntad de diálogo. Yo había vivido muy de cerca, con Tarancón, los esfuerzos para facilitar un acuerdo con el Estado que hiciera posible la convivencia de los católicos en una España democrática. Creo que ahora no todos reconocen ese servicio a la paz y la convivencia. La Transición, tal y como fue, no habría sido posible sin el papel de la Iglesia.


Debates internos


Va cayendo la tarde y la luz dorada convierte aún en más azul el fondo de la piscina que mandó construir el cardenal Herrera Oria para los seminaristas, y donde se da un chapuzón muchos días de verano Monseñor Sebastián. Con la tranquilidad de quien está ya a cubierto de ataques e insidias, explica que desde que pasó por la Universidad Pontificia de Salamanca se fue acostumbrando a las críticas, pero fue en Pamplona donde se dio cuenta de que, si se está pendiente de la reacción de los demás, el resultado es la parálisis.


- Siempre he sido fiel y leal a la doctrina de la Iglesia: cuando me decían que era progresista y más tarde, cuando me consideraban conservador. Suelo explicarlo diciendo que lo que ha pasado es como cuando vas en coche por una carretera azotada por el viento. Si este viene de tu derecha, tienes que conducir de forma distinta que si viene de la izquierda, para mantener el coche en la calzada. En los sesenta y los setenta, la Iglesia tenía que despegarse del franquismo. Luego, tuvo que afrontar el vendaval secularista. Lo cierto es que me siento muy coherente con el Fernando Sebastián de hace veinte años.


- Algunas de sus actuaciones le han valido críticas. Por ejemplo, el documento 'Orientaciones morales ante la situación de España', del que fue el principal redactor y donde se crítica a los nacionalismos.


- Ese documento recibió críticas, pero también agradecimientos. El trabajo se hizo en colaboración con los obispos vascos y catalanes. Sabía que entrábamos en un terreno sensible, pero pensaba, y sigo pensando, que había que clarificar las cosas. En política no todo es lícito. Ciertas posturas pueden no ser legítimas moralmente. Y el documento fue aprobado por una gran mayoría.


- Según parece, no gustó a todos los obispos. ¿Cómo son las relaciones personales entre ustedes, están afectadas por las discrepancias que pueden surgir en los debates?


- Como es lógico, hay razones de todo tipo para tener más relación con unos que con otros. Una es la edad. Pero yo he tenido mucho trato con algunos de los obispos más jóvenes, en ocasiones porque fueron mis alumnos. No obstante, lo que define el clima de la Conferencia es el afecto, el respeto, la sinceridad y la libertad.


- ¿Hay divergencias serias?


- A veces se comenta eso con morbo. Claro que existen y no solo cuando hay que votar los cargos. Pero los debates entre nosotros suelen terminar en acercamiento. Casi todos los acuerdos adoptados lo son por mayorías del 80 o el 90%. Y eso mismo lo he vivido en los sínodos, donde las diferencias son en un primer momento incluso mayores.


Religión y valores


La jornada de Monseñor Sebastián se llena de ratos de lectura y escritura, clases en el Seminario, charlas con Antonio Dorado, su sucesor en Málaga, también jubilado («comentamos las noticias cada día», asegura), paseos por el bosque y una misa que cada domingo oficia en la catedral. Una vez por semana, baja la cuesta que lleva de la Casa de Espiritualidad hasta el centro de la ciudad. Un camino largo, atravesando barrios humildes. Luego, regresa en autobús, con frecuencia rodeado de mujeres que cubren su cabeza con 'hiyab'.


- Usted vive ahora en una zona con gran presencia de musulmanes. ¿Se imagina una España en la que el Islam tuviera un peso significativo?


- Hace tiempo que veo la posibilidad del desarrollo del islamismo. La Iglesia del siglo XXI es respetuosa con las demás religiones y no creo que por su parte haya ningún conflicto. Además, la integración ya se está dando. En una casa de acogida católica de aquí, en Málaga, la mitad son musulmanes y no se genera tensión alguna. No sé cómo van a ir las cosas en el Islam, cómo van a evolucionar, pero nosotros debemos ser acogedores y respetuosos. Pero también cautos.


- ¿Le preocupa más una sociedad alejada de la religión o una sociedad en la que otras religiones tengan un gran peso?


- La fe en Dios, aunque no sea cristiana, es mejor que el ateísmo. Lo que deseo es que el mayor número posible de españoles sean sinceramente cristianos. Y no entiendo cómo tanta gente menosprecia la fe frívolamente, que es la característica de nuestro tiempo.


- Y esos valores de nuestro tiempo, ¿qué juicio le merecen?


- La sociedad ha vivido una transformación muy intensa y profunda y creo que hemos llegado al fondo. Los valores más importantes hoy son la libertad personal y el derecho al bienestar. Eso compone una moral muy restringida y muy egoísta, que va deteriorando la convivencia.


- Hace dos años usted hablaba de una sociedad adormecida por el consumo. ¿La crisis puede ayudar a una regeneración moral?


- Es una oportunidad porque han quedado al descubierto nuestras debilidades, pero no veo reacción alguna en ese sentido. La Iglesia y los cristianos deberían promoverla.


- Pero a la Iglesia se le critica precisamente su riqueza, su falta de sintonía con los pobres, el lujo del que ha hecho gala en la JMJ...


- Esas críticas no son justas. ¿Lujo en la JMJ? Me habría gustado que en algún momento hubiera habido un gesto de solidaridad, pero mientras se celebraba ese gran acto Cáritas estaba ayudando en el cuerno de África, como antes en Haití... Hay una fuerte solidaridad de la Iglesia española. Se ve en un dato: Cáritas, Manos Unidas y el Domund dan para el Tercer Mundo más que el Estado.


- Según las encuestas, los españoles confían poco en la Iglesia y muy poco en los obispos. ¿Alguna autocrítica?


- Lo veo injusto, como le decía. Hay medios que se divierten metiéndose con nosotros. Que si somos ricos... Cuando me fui de Pamplona alguien dijo que me había comprado un piso de 90 millones en Marbella. ¿Que podemos ser mejores y más listos? Sí, pero no somos de los peores. Un obispo tiene una gran responsabilidad y hace su trabajo en condiciones muy modestas, y sin ambiciones. Cobramos 1.200 euros al mes, así que me creerá si le digo que no estamos aquí por codicia ni honores.


- Entonces, ¿a qué cree que se debe esa falta de confianza?


- A que tocamos temas que duelen. Pero es que tenemos que ser fieles a nuestra misión. Por complacer a la gente no podemos cambiar nuestros pronunciamientos, como hacen los políticos. Hay una tendencia a decir que la Iglesia debería ser más condescendiente. Pero no; tenemos que ser la voz de Jesucristo, en lo que guste y en lo que no. No podemos ser oportunistas, como algunos nos piden.


Negociar con el Gobierno


Monseñor Sebastián sabe muy bien de lo que habla. En su despacho cuenta con lo necesario para seguir al minuto las noticias del mundo, incluido un 'iPad' que maneja con soltura. Por eso, cuando se duele de ciertas opiniones, de columnas que caricaturizan la tarea de la Iglesia, obvia los nombres pero se está refiriendo a casos concretos. “Hay algunos que solo destacan lo malo”, se lamenta.


- Las encuestas hablan de un previsible cambio de Gobierno. ¿Se sentirá la Iglesia más cómoda con un Ejecutivo del PP?


- La Iglesia no se siente cómoda con la legislación actual en muchos aspectos. Por ejemplo, el matrimonio como tal ya no existe. Hoy cuesta más darse de baja en una compañía telefónica que divorciarse. Y no creo que haya otro país con una ley tan permisiva respecto del aborto. Los españoles tenemos miedo a ser honestos y transigimos con todo. Me gustaría poder discutir sobre estas cosas fuera de los tópicos. Sería muy importante un diálogo tranquilo y sincero sobre nuestra convivencia.


- ¿Será mejor interlocutor el PP?


- Para la Iglesia, el PP es un interlocutor igual que cualquier otro. Hablará con cualquier Gobierno porque ninguno es el Gobierno de la Iglesia. Ahora bien, no veo que el PP prometa mucho en cuanto a regeneración moral. Si quisieran servir al bien común en temas de moral, que han sido muy deteriorados, deberían dar un apoyo verdadero a la familia. Ahora no hay una verdadera política familiar porque hacerlo es de derechas... Nuestra sociedad está muy ideologizada.


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