Cuando la pantalla de los vuelos de llegada anunció el regreso, los carteles de más de un centenar de familiares y amigos se alzaron para recibir a los peregrinos tinerfeños. Mario Díaz era una de las personas que esperaba con ansia para poder abrazar a su mujer e hijo de nuevo, a la vez que lamentó no haber asistido él también a la congregación universal. "Es muy emocionante; estoy deseando que me cuenten cómo han vivido la JMJ", explicó.
Poco a poco, las inmensas sonrisas se hicieron con el protagonismo en el aeródromo del Norte; no solo de los que esperaban, sino también de los que regresaban a casa. Entre alegría y cantos, los jóvenes de la Diócesis Nivariense pisaron de nuevo la Isla y reaparecieron con una frase por bandera: "¡Ya está aquí la juventud del Papa!", aunque no fue la única. "¡Y si somos chicharreros bueno y qué!" hizo patente el sentimiento isleño que acompañó a los chicos durante su estancia en Madrid.
A pesar de los más de 36 grados que marcaron los termómetros madrileños, aunque la tormenta del sábado pasado tambalease la eucaristía de Cuatro Vientos y pese a las críticas y manifestaciones que han acompañado a la Jornada, los jóvenes retornaron a sus hogares con la experiencia "más increíble" de sus vidas. Al menos eso es lo que piensan Moisés Báez, Antonio David Arteaga o Yurena Pérez, entre otros. Si esta peregrina, que trajo por capa los colores canarios, tuviera que quedarse con un momento, sería "el silencio durante el rezo de los más dos millones de personas de la misa del domingo". El más eufórico por la llegada de la joven fue, sin duda, su perro.
Las banderas y los crucifijos de la JMJ colgaban de los jóvenes que llegaron al aeropuerto del Norte y, aunque estuvieran "agotados", el entusiasmo no cesó ni de regreso a casa. "Somos una Iglesia divertida en la que el mayor tesoro son los chicos", comentó con satisfacción José Javier Jiménez, secretario de la Delegación de Juventud de la Diócesis Nivariense.
Para él, la tormenta de la última noche solo fue una ducha de agua fría "que dio lugar al trabajo en equipo, basado en la ilusión y el apoyo. Ese momento se convirtió en unión", puntualizó.
Miguel Borrallos y su inseparable guitarra volvieron intactos a Tenerife en el segundo vuelo de la JMJ. A este chico, de 17 años, lo más que le gustó fue el hecho de que millones de personas se congregaran debido a la presencia de una sola persona: "Jesucristo".
Después de una semana intensa, los muchachos regresaron a cuentagotas con "la pena" del fin del encuentro. "La jornada mundial ha marcado mi vida. Es increíble pensar que he estado a un metro del Papa Benedicto XVI", dijo con fascinación Antonio David Arteaga, miembro de la organización pastoral y uno de los "privilegiados" que vivió la llegada del Santo Padre desde muy cerca.
Si los chicos de la Diócesis Nivariense partieron el pasado martes de Los Rodeos bajo una bandera canaria de 18 metros, los muchachos reaparecieron ondeando el blanco, azul y amarillo. La insignia, confeccionada para la ocasión, logró sobrevivir al ajetreo de la JMJ y a la tormenta de la última madrugada. Un símbolo de los jóvenes de la Isla que regresará al armario del secretario de la Delegación de Juventud a la espera de volver a ver la luz muy pronto.
Mientras los muchachos salían y el alborozo y los aplausos se adueñaban del aeropuerto, una multitud rodeó a Bárbara Méndez, una de las jóvenes que acudió al encuentro. El motivo es que, debido a las caminatas, la tinerfeña apareció con una rodilla vendada, aunque eso no impidió que disfrutara de la vigilia de Cuatro Vientos. ¿Cómo lo hizo? Gracias a sus amigos, que la subieron encima de una valla como si de Cleopatra se tratara. "Somos una comunidad que no se deja a nadie por detrás", concluyó orgulloso su compañero Alejandro Abrante.
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